El cerebro: el poder de la esperanza

Dr. Scott Haig

Fuente: The Brain: The Power of Hope

La cabeza de David estaba literalmente repleta de cáncer de pulmón. Me llamaron para atenderle la cadera y la pelvis, fracturadas por las metástasis en crecimiento. Su aparente indiferencia ante el dolor y la cirugía se debía claramente a la preocupación por su hermosa y joven familia: su esposa Carol, enfermera, y sus tres hijos, que estaban allí todas las noches. Sin embargo, no pudo mantener esa despreocupada farsa durante las dos semanas siguientes, ya que empezó a arrastrar las palabras antes de volverse incoherente. Después dejó de hablar y luego dejó de moverse.

Llegué a temer mis rondas con un paciente para quien no había buenas noticias ni un buen plan al que agarrarse. Cuando los médicos le volvieron a escanear la cabeza, apenas quedaba cerebro. La máquina cerebral que hablaba y se hacía preguntas, que relumbraba y cantaba, la máquina que recordaba chistes y cumpleaños y que constituía el último refugio cuando venían mal dadas, casi había desaparecido, reemplazada por bultos de materia gris que crecían desordenadamente. Al igual que la máquina, David también parecía haberse ido. Sin expresión, sin respuesta a nada de lo que le hacíamos. Hasta donde yo podía ver, él simplemente ya no estaba allí.

Todo había empeorado en la habitación de David cuando ese viernes hice la ronda vespertina. La familia estaba allí, con caras tristes y llorosas. Le examiné un instante la cadera. Su respiración se había vuelto agónica, con esas bocanadas que preceden inmediatamente a la muerte. Sabía que Carol lo había visto y que conocía su significado. Dije algo insustancial y me deslicé rápido por la puerta hacia el pasillo vacío mientras miraba con aire serio los papeles que tenía en la mano. Pero Carol me siguió para encontrarse conmigo a solas, sin los niños. Con los ojos enrojecidos, me preguntó dónde estaba su marido. Me había fijado en la cruz que llevaba al cuello. Le dije que no estaba seguro de dónde estaba, pero que estaba bastante seguro de a dónde iba. Carol quería creerme, y en verdad creo que lo hizo.

El sábado por la mañana, el sol inundaba la habitación cuando yo entré. La cama estaba a la altura del pecho, hecha y vacía, con sábanas limpias sobre el colchón de vinilo. Al darme la vuelta para marcharme, me bloqueó el paso una enfermera, una señora irlandesa ya entrada en años cuyo rostro atravesaba una expresión de tristeza. Había cuidado de David la noche anterior.

“Se despertó, doctor, justo después de que usted se fuera, y se despidió de todos. Igual que yo hablo con usted ahora mismo. Como un milagro. Les habló, les acarició y sonrió durante unos cinco minutos. Luego se apagó otra vez, y falleció en una hora”. Arqueé las cejas.

Dos semanas después vi a Carol en el vestíbulo. Había mucha gente y ninguna privacidad. Pero antes de su último "Dios te bendiga", no pude evitar preguntar: "Eh... Carol, ¿David...?".

Conocía mi pregunta. Con una amplia sonrisa de complicidad, asintió y dijo: "Ah, sí, claro que sí". Y la creí.

Pero no fue el cerebro de David lo que le despertó para despedirse ese viernes. Su cerebro ya estaba destruido. Las metástasis tumorales no se limitan a ocupar espacio y presionar, dejando un cerebro entero. De hecho, las metástasis reemplazan tejido. Donde crece esa sustancia gris, el cerebro simplemente desaparece.

Lo que despertó a mi paciente ese viernes fue simplemente su mente, abriéndose paso a través de un cerebro roto, el último acto de un padre para consolar a su familia. La mente es un dominio personal único de pensamiento, sueños e innumerables cosas más, como la voluntad, la fe y la esperanza. Estas cosas hermosas son tan reales como las rocas y el agua, pero, como la mente, ingrávidas e invisibles, tal vez incluso atemporales. La ciencia materialista rehúye estas cuestiones, llamándolas epifenómenos, programas que se ejecutan en un ordenador, melodías en un piano. Y es un enfoque que no puede ignorarse, pues parece que no se puede hacer mucho en este mundo sin un cerebro físico. Pero también sé que este enfoque no representa toda la verdad.

Veo que la mente se sale con la suya constantemente cuando las realidades físicas la desafían. En un paciente que se obstina en rehabilitarse tras una cirugía, en un niño que practica con un instrumento o se esfuerza por crear, una mente o voluntad, claramente diferenciada, ronda bajo la maquinaria y la impulsa hacia una meta. Es maravilloso ver la evidencia tangible de ese poder que se yergue sobre las meras acumulaciones de partículas, que, por muy hermosas que resulten, finalmente se agruparán de otra manera y desaparecerán.

La neuroanatomía se centra sobre todo en qué puntos del cerebro hacen qué; la neurofisiología, por su parte, lo hace en qué sustancias químicas tienen qué efectos en esos puntos. Y si se hacen llegar esas sustancias químicas al cerebro de una persona, se está haciendo neurofarmacología. Aunque se ocupan de innumerables cosas complejas y asombrosas, ninguna de estas disciplinas parece haber dado con la mente. De alguna manera, es "más pequeña" que los tractos, ganglios y núcleos de la anatomía macroscópica del cerebro, pero "más grande" que las células y moléculas de su fisiología. Deberíamos habernos topado con ella en ese descenso, pero no lo hemos hecho. Al igual que nuestra propia imagen en agua quieta, por muy nítida que sea, cuando intentamos asirla simplemente se disuelve.

Sin embargo, muchos creen que la mente solo se encuentra ahí, existiendo de algún modo en la relación física de los elementos físicos del cerebro. Lo físico, dicen estos materialistas, es todo lo que hay. Yo me dedico a arreglar huesos con herramientas, pero, por muy físico que esto resulte, no puedo ser materialista. No puedo ignorar la evidencia interna de mi propia mente. Sería hipócrita. Y peor aún, sería cobarde ignorar esas apariciones ocasionales de los espíritus de otros, de mentes reveladas en su desnuda virtud. Como la despedida de David.

El Dr. Haig es profesor clínico adjunto de cirugía ortopédica en el Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia.